El lenguaje y la palabra es lo
propio del ser humano. Somos seres vivientes con la hermosa capacidad de
socializar con otros lo más privado que tenemos que son, nuestros pensamientos.
Y. eso es en sí, un misterio, un fenómeno nada sencillo, pero, por otro lado,
el silencio, también es parte de la vida humana. Y no justamente referimos a
quedarnos sin palabras sino al silencio que podemos sostener aun teniendo
muchísimo para decir. A esa decisión personal de “Quedarnos en silencio” porque
necesitamos introspección, meditación, reflexión y conexión espiritual. Ser
dueño del silencio es una virtud. Quizá por eso hay tanto aturdimiento y no se
valoran tanto los momentos de silencio como los que se llenan con ruidos y
palabras. Si bien es importante hacer uso de nuestras palabras y decir todo lo
que sea necesario decir, hay ciertas experiencias o sentimientos que solo se
comparten en silencio con uno mismo. Y muchísima riqueza hay en eso.
Por la palabra tenemos la
posibilidad de entrar en comunidad, intercambiar, emociones, opiniones o pensamientos;
pero hay momentos en que hay que ser capaz de estar a “Solos” salirse un
poquito de lo comunitario para revisar lo individual de nuestros propios
procesos y ver en nuestro interior que es lo que Dios está hablando. Contemplar
a Dios y meditar en Él, implica recortar otros ruidos, separarnos del
aturdimiento y descubrir Sus atributos, sus planes y su Gracia para nuestras
vidas.
El problema es que, a algunas
personas, les es imposible entrar en contacto consigo mismo. Esto les resulta
insoportable. Se escapan de sí mismos con palabras y ruidos ensordecedores. ¡Se
aturden! Llenan los vacíos con palabras, que a veces ni siquiera tienen
sentido. Eso genera saturación, violencia e intolerancia. Pero lo más peligroso
es que nos aleja de la voz de Dios. Y con esto no estamos diciendo que hay que
ser monjas de clausura. No se trata de aislarnos de la realidad ni de nuestra
comunidad, sino de poner límites a aquellos que nos separa de escuchar su voz.
Hay una historia que refiere al
profeta Elias en 1. Reyes 19:11-12. El fuerte Elias aturdido por la opresión de
Acab y Jezabel, se ocultó deprimido en una cueva. Y entonces pasó el Señor.
Pero no estuvo su voz ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego,
sino que, en la brisa silenciosa y suave, allí se hace presente para el agotado
Elias, la voz y el entendimiento de él mismo y de Dios.
Por eso, es que respetamos los
tiempos de silencio porque aun en la ausencia de palabras, nuestro ser total
puede conectarse con lo que somos y lo que Dios es.
Hay otros ejemplos en el Nuevo
Testamento, en los cuales, sin decir palabra, algunas personas se encontraron
con lecciones que no hubieran aprendido de otra manera.
Pedro, el discípulo, negó tres
veces a Jesús, para encontrarse con una “Mirada” sin palabras del Maestro pero
que lo definió como cristiano y lo empujó a no abandonar nunca más, aun cuando
él mismo fuera crucificado como Jesús.
La mujer que padecía flujo de
sangre y estaba perdiendo su vida, sin encontrar respuestas, solo al tocar el
manto de Jesús, encontró salud plena.
La viuda de Naim, quien iba a
enterrar a su propio hijo para quedarse luego sola y desamparada, se encuentra
con Jesús en la caravana hacia la tumba. No habla solo llora y allí se
encuentra sin palabras con el consuelo de Jesús y la restitución de la alegría
al devolverle a su hijo a la vida.
Otro ejemplo es el de la mujer
pecadora que irrumpe la cena de hombres en la casa del fariseo para derramar
perfume de alto precio en los pies de Jesús y sin palabras, en el silencio de
la devoción y la contemplación encuentra el amor perfecto en el perdón y la reivindicación
del Maestro.
El mismo Dios, a veces hace
silencio en nuestras vidas. Oramos con fe, esperamos sus respuestas, pero Él
calla. No responde. Nos cuesta esperar. Nos desanimamos, sin embargo, sus
silencios son los modos que Dios usa para que nos conozcamos, produzcamos
paciencia y desarrollemos la fe.
Estar quietos y en silencio nos
ayuda a contemplar, a meditar y a encontrar la armonía necesaria para la
introspección y el reconocimiento de su soberanía.
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