
Por la palabra tenemos la
posibilidad de entrar en comunidad, intercambiar, emociones, opiniones o pensamientos;
pero hay momentos en que hay que ser capaz de estar a “Solos” salirse un
poquito de lo comunitario para revisar lo individual de nuestros propios
procesos y ver en nuestro interior que es lo que Dios está hablando. Contemplar
a Dios y meditar en Él, implica recortar otros ruidos, separarnos del
aturdimiento y descubrir Sus atributos, sus planes y su Gracia para nuestras
vidas.

Hay una historia que refiere al
profeta Elias en 1. Reyes 19:11-12. El fuerte Elias aturdido por la opresión de
Acab y Jezabel, se ocultó deprimido en una cueva. Y entonces pasó el Señor.
Pero no estuvo su voz ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego,
sino que, en la brisa silenciosa y suave, allí se hace presente para el agotado
Elias, la voz y el entendimiento de él mismo y de Dios.
Por eso, es que respetamos los
tiempos de silencio porque aun en la ausencia de palabras, nuestro ser total
puede conectarse con lo que somos y lo que Dios es.
Hay otros ejemplos en el Nuevo
Testamento, en los cuales, sin decir palabra, algunas personas se encontraron
con lecciones que no hubieran aprendido de otra manera.

La mujer que padecía flujo de
sangre y estaba perdiendo su vida, sin encontrar respuestas, solo al tocar el
manto de Jesús, encontró salud plena.
La viuda de Naim, quien iba a
enterrar a su propio hijo para quedarse luego sola y desamparada, se encuentra
con Jesús en la caravana hacia la tumba. No habla solo llora y allí se
encuentra sin palabras con el consuelo de Jesús y la restitución de la alegría
al devolverle a su hijo a la vida.
Otro ejemplo es el de la mujer
pecadora que irrumpe la cena de hombres en la casa del fariseo para derramar
perfume de alto precio en los pies de Jesús y sin palabras, en el silencio de
la devoción y la contemplación encuentra el amor perfecto en el perdón y la reivindicación
del Maestro.
El mismo Dios, a veces hace
silencio en nuestras vidas. Oramos con fe, esperamos sus respuestas, pero Él
calla. No responde. Nos cuesta esperar. Nos desanimamos, sin embargo, sus
silencios son los modos que Dios usa para que nos conozcamos, produzcamos
paciencia y desarrollemos la fe.
Estar quietos y en silencio nos
ayuda a contemplar, a meditar y a encontrar la armonía necesaria para la
introspección y el reconocimiento de su soberanía.
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