viernes, 8 de julio de 2016

El poder del silencio

El lenguaje y la palabra es lo propio del ser humano. Somos seres vivientes con la hermosa capacidad de socializar con otros lo más privado que tenemos que son, nuestros pensamientos. Y. eso es en sí, un misterio, un fenómeno nada sencillo, pero, por otro lado, el silencio, también es parte de la vida humana. Y no justamente referimos a quedarnos sin palabras sino al silencio que podemos sostener aun teniendo muchísimo para decir. A esa decisión personal de “Quedarnos en silencio” porque necesitamos introspección, meditación, reflexión y conexión espiritual. Ser dueño del silencio es una virtud. Quizá por eso hay tanto aturdimiento y no se valoran tanto los momentos de silencio como los que se llenan con ruidos y palabras. Si bien es importante hacer uso de nuestras palabras y decir todo lo que sea necesario decir, hay ciertas experiencias o sentimientos que solo se comparten en silencio con uno mismo. Y muchísima riqueza hay en eso.
Por la palabra tenemos la posibilidad de entrar en comunidad, intercambiar, emociones, opiniones o pensamientos; pero hay momentos en que hay que ser capaz de estar a “Solos” salirse un poquito de lo comunitario para revisar lo individual de nuestros propios procesos y ver en nuestro interior que es lo que Dios está hablando. Contemplar a Dios y meditar en Él, implica recortar otros ruidos, separarnos del aturdimiento y descubrir Sus atributos, sus planes y su Gracia para nuestras vidas.
El problema es que, a algunas personas, les es imposible entrar en contacto consigo mismo. Esto les resulta insoportable. Se escapan de sí mismos con palabras y ruidos ensordecedores. ¡Se aturden! Llenan los vacíos con palabras, que a veces ni siquiera tienen sentido. Eso genera saturación, violencia e intolerancia. Pero lo más peligroso es que nos aleja de la voz de Dios. Y con esto no estamos diciendo que hay que ser monjas de clausura. No se trata de aislarnos de la realidad ni de nuestra comunidad, sino de poner límites a aquellos que nos separa de escuchar su voz.
Hay una historia que refiere al profeta Elias en 1. Reyes 19:11-12. El fuerte Elias aturdido por la opresión de Acab y Jezabel, se ocultó deprimido en una cueva. Y entonces pasó el Señor. Pero no estuvo su voz ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino que, en la brisa silenciosa y suave, allí se hace presente para el agotado Elias, la voz y el entendimiento de él mismo y de Dios.
Por eso, es que respetamos los tiempos de silencio porque aun en la ausencia de palabras, nuestro ser total puede conectarse con lo que somos y lo que Dios es.
Hay otros ejemplos en el Nuevo Testamento, en los cuales, sin decir palabra, algunas personas se encontraron con lecciones que no hubieran aprendido de otra manera.
Pedro, el discípulo, negó tres veces a Jesús, para encontrarse con una “Mirada” sin palabras del Maestro pero que lo definió como cristiano y lo empujó a no abandonar nunca más, aun cuando él mismo fuera crucificado como Jesús.
La mujer que padecía flujo de sangre y estaba perdiendo su vida, sin encontrar respuestas, solo al tocar el manto de Jesús, encontró salud plena.
La viuda de Naim, quien iba a enterrar a su propio hijo para quedarse luego sola y desamparada, se encuentra con Jesús en la caravana hacia la tumba. No habla solo llora y allí se encuentra sin palabras con el consuelo de Jesús y la restitución de la alegría al devolverle a su hijo a la vida.
Otro ejemplo es el de la mujer pecadora que irrumpe la cena de hombres en la casa del fariseo para derramar perfume de alto precio en los pies de Jesús y sin palabras, en el silencio de la devoción y la contemplación encuentra el amor perfecto en el perdón y la reivindicación del Maestro.
El mismo Dios, a veces hace silencio en nuestras vidas. Oramos con fe, esperamos sus respuestas, pero Él calla. No responde. Nos cuesta esperar. Nos desanimamos, sin embargo, sus silencios son los modos que Dios usa para que nos conozcamos, produzcamos paciencia y desarrollemos la fe.

Estar quietos y en silencio nos ayuda a contemplar, a meditar y a encontrar la armonía necesaria para la introspección y el reconocimiento de su soberanía.


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