Se cuenta de un sembrador que cada mañana acostumbraba buscar agua de
un río. Con él llevaba dos baldes. Uno nuevo, sin defectos. El otro, viejo y
lleno de huecos. El balde nuevo permitía que el sembrador llevara a su casa
toda la cantidad de agua que recogía. El viejo, en cambio, derramaba la mitad
del contenido a lo largo del camino. Por supuesto, el nuevo sentía que era
útil. El viejo se sentía fracasado.
Un día, la autoestima del balde horadado alcanzó su punto más bajo. —Mi
vida es un fracaso —dijo al sembrador—. Le pido disculpas por no hacer bien mi
trabajo. — ¿Por qué me pides disculpas? —preguntó asombrado el sembrador. — ¿No
se ha dado usted cuenta? Cuando regresamos del río derramo la mitad del agua en
el trayecto a casa. En ese momento, el sembrador, sonriendo gentilmente, llevó
al atribulado balde al río. De regreso, mientras recorrían la ruta
acostumbrada, el hombre le pidió que observara con atención las hermosas flores
del camino. — ¿Te das cuenta de que solo hay flores de este lado del camino?
—preguntó el sembrador. —Pues, sí. ¿Pero qué hay de especial en ello? —Lo
especial es que han crecido gracias al agua que tú derramas cada mañana. Todo
este tiempo yo he sabido de tus huecos. Por eso sembré semillas de distintas flores
solamente de este lado del camino.
Dice la Biblia:
¨Cuanto más crezcan de
esta manera, más productivos y útiles serán en el conocimiento de nuestro
Señor, pero los que no llegan a desarrollarse de esta forma son cortos de vista
o ciegos. “. Pedro 1:10 (NVI)
Muchas personas dicen querer ser
como Jesús. Buscan hacer el bien y externamente muestran una vida piadosa. Pero
en su vida interior no han experimentado la naturaleza divina.
Si tienes una relación espiritual con Jesús,
eso es muy bueno, pero no te quedes solamente con eso. Desarrolla un carácter
maduro. Añade a esa fe, virtud. Esa calidad espiritual de excelencia en todo lo
que intentas hacer. Súmale el conocimiento. Conocer a Dios y a su Palabra te
ayudará a conocerte a ti mismo. Sólo quien puede conocer y comprender su
corazón tiene dominio propio y es capaz de poner bajo autoridad sus más
profundas pasiones. Dominarte a ti mismo te dará paciencia con tus propios
procesos de madurez y con lo de los otros, inclusive tus hijos, tus amigos y
con los que compartes tu vida cotidiana. En ese sentido, la piedad será lo que
resulta de ver las necesidades que los demás tienen y estarás dispuesto a
cubrirlas si puedes. Como si fuera una cadena de recomendaciones, dice luego
que a la piedad debemos añadir el afecto fraternal. decanta por si solo que si
cumplimos con lo antedicho el amor al prójimo fluye como causa y consecuencia.
Cada cosa que dice este texto está ligada una a la otra. Dependen y se
relacionan. Si estas cosas están en ti y abundan, tu visión acerca de la vida
será ampliada. Desarrollarás un carácter espiritual y auténtico. Tu fe tendrá
sentido para ti, para los tuyos y más allá de todo…Dará su fruto.
El trabajo cotidiano pone a prueba el carácter genuino.
Con nuestras acciones todos los
días vamos dando fruto. Pero podemos dar fruto agradable a Dios como no. El
cuento del balde, que simplemente es una ilustración, tiene similitud con
nuestras vidas. Si en todo lo que hacemos derramamos lo que hace falta para que
las “Flores” aparezcan entonces estamos haciendo realidad esta lista de 1 Pedro
1:10.
Quizá nuestra cultura no promueve
valores como la virtud y la piedad, es más, parecen palabras obsoletas; sin
embargo, desarrollar un carácter piadoso correcto, controlado y de amor al
prójimo hará aumentar nuestra fe y también ampliará nuestra visión de nosotros
mismos y de los otros. No seremos cortos de vista. Tendremos la visión de Dios
en nosotros siendo productivos para bien y sembrando para la paz.
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