Cuando lo que es cosa de niños se evidencia en la vida de
los grandes…
No sean niños en el
modo de pensar. 1.Corintios 14.20
Ser adultos no siempre es
cuestión de edad. Muchos mecanismos de la infancia traspasan la barrera del
tiempo y aparecen en nosotros para eludir las responsabilidades y desafíos de
la vida diaria. Ejemplos de esto son el infantilismo y la victimización, como
modos de evasión. La inmadurez es pretender, que, ya siendo adultos, igualmente
gocemos de los privilegios de niños. La victimización es la tendencia a
sentirse damnificado. Resolver todas las contradicciones y dificultades
sintiéndose como una víctima. Los
responsables siempre son los demás. Muchas personas se perciben a sí mismas
como incapaces para asumir compromisos, reparar errores, aceptar las pérdidas y
dar giros propios del crecimiento o de las nuevas etapas de la vida. Se casan,
pero siguen dependiendo de sus padres para todas las decisiones. No se casan
porque temen enfrentar ser esposos. Se casan y postergan la paternidad porque
no quieren perder la comodidad de la vida de novios eternos. Se reciben y son
profesionales, pero no logran insertarse en lo laboral porque es mejor depender
económicamente de los padres. Tejen tramas vinculares atravesadas por celos,
críticas y egoísmo tal como los niños se manejan. Mayormente una gran necesidad
de protección subyace a este modo de ser.
Hoy se habla de una adolescencia
prolongada. Y los padres se asemejan a sus hijos en vestimenta y diversiones.
Las reacciones de los adultos ante las circunstancias de la vida se vuelven
caprichosas y reaccionarias como las de los niños. Asumir responsabilidades
asusta y nadie se hace cargo de lo que se hace o se deja de hacer.
La negación, la proyección, la
victimización son mecanismos propios de una versión infantil de uno mismo.
En el Edén, Adán respondió de una
manera infantil a su problema. La mujer
que me diste como compañera, ella me dio
y yo comí.
Así una y otra vez, de generación
en generación se sigue repitiendo la historia.
Dejemos lo que es de niños y
avancemos a la madurez. Desarrollemos un carácter maduro, adulto, que pueda
hacer frente a todos los contratiempos de la vida dando a cada circunstancia el
sentido y el significado que tienen. Somos responsables de las cosas que
realizamos. Dios promete en su Gracia capacitarnos, fortalecernos y darnos de
Su poder para que más allá de lo inevitable e incomprensible, podamos asumir
responsabilidades y consecuencias. Así creceremos, aprenderemos y seremos
renovados en nuestra manera de ver las cosas. En vez de evadir, enfrentar. En
vez de ponernos en víctimas, ser protagonistas y responsables
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