viernes, 27 de mayo de 2016

Cuando tu alma está en un pozo. La depresión.

La organización mundial de la Salud afirma que 121 millones de personas padecen depresión. El Journal of the American Medical Association estimó recientemente que el costo anual de las depresiones en los Estados Unidos es de 48 mil millones de dólares. Sin embargo, el costo es mucho mayor, ya que ese estudio no consideró gastos derivados de la hospitalización por afecciones médicas (depresión enmascarada) y las consultas y pruebas diagnósticas debido a que la depresión se manifiesta con múltiples síntomas somáticos. Evidentemente los cuadros depresivos son un gran negocio para la industria farmacéutica y para las prepagas de salud, no así para millones de personas que la padecen. Humor deprimido, perdida de energía, sentimientos de culpa, dificultades de concentración, pérdida de apetito y pensamientos fatalistas acompañan la experiencia de días y noches (largas noches) a quienes la sufren. Estar deprimido es estar invadido por una visión negativa del mundo y de sí misma. La vida se convierte en una carga y en un agobio constante. Me pregunto ¿A qué se debe el aumento de este mal? Por supuesto, no alcanzaría un programa para describir los efectos de un contexto histórico donde los lazos sociales se han debilitado, las identidades han sido arrasadas por el consumo y la tiranía de lo urgente deja a muchos de nosotros perdidos en una caótica carrera que nunca tiene llegada.
Rescatando los datos anteriores, en el mundo entero se padece. Se calcula que afecta a unos 350 millones de personas. La depresión es distinta de las variaciones habituales del estado de ánimo y de las respuestas emocionales breves a los problemas de la vida cotidiana. Puede convertirse en un problema de salud serio, especialmente cuando es de larga duración e intensidad moderada a grave, y puede causar gran sufrimiento y alterar las actividades laborales, escolares y familiares. En el peor de los casos puede llevar al suicidio. Cada año se suicidan más de 800 000 personas, y el suicidio es la segunda causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años. La inhibición de muchas funciones vitales se deteriora. La persona, se aísla. Va recortando toda su experiencia de vida poco a poco, quedando en un recorte muy chiquito de disfrute o casi ninguno.
Frases como: “No tengo ánimo”, “nada tiene sentido”, “La vida es injusta”, pueblan el discurso de quien tiene un espíritu triste y agobiado.
Tristeza, frustración, baja autoestima, autorreproches, perdida de placer e interés, sensación de vacío, apatía, ansiedad, tensión, negativismo, irritabilidad, desánimo y hasta pensamientos suicidas son características de este mal.
A veces aparece muy enmascarada detrás de enfermedades psicosomáticas. Cuando el cuerpo termina siendo el mismo texto de la tristeza. Por ejemplo, insomnio, ulceras estomacales, afecciones cardiacas, sobrepeso o bajo peso, presión arterial elevada.etc.
Las adicciones al alcohol o a otras sustancias entran en la lista de posibilidades para mitigar tanto dolor del alma. El exceso puede disfrazar una gran carencia.
Podemos solamente entender la depresión desde una mirada holística donde lo individual está sumergido en un contexto histórico que también lo determina y una vida espiritual que no pudo salir de las lógicas de la culpa y el castigo.
 La Biblia, la Palabra de Dios describe la condición del ser humano. En Efesios capítulo 2 vs 1 al 7 dice que todos nosotros lejos de Dios estábamos muertos espiritualmente, lejos, enemistados con nosotros mismos, con los demás y don El. Esclavos de la desobediencia. PERO DIOS (y me encanta este “Pero”), nos dio juntamente con Cristo ¿Leíste bien? ¡Dice que nos dio VIDA! Y que esa vida es para mostrar todas las abundancias que hay en su Poder a través del Espíritu Santo en nosotros.

Por eso, si estas oculto en la cueva de la depresión, reconoce estos sentimientos, revisa por qué razón caíste en este lugar, confiesa a Dios tus emociones y deja que Su Vida, te vivifique. Una experiencia de amor verdadero y de libertad pueden darte ese sentido perdido que hoy te maltrata con la tristeza.


viernes, 20 de mayo de 2016

Conductas autodestructivas #3: Adicciones

Siguiendo con la serie de reflexiones que consideramos con las conductas autodestructivas, la “Adictiva” es una de ellas también.
Las adicciones, en tanto hábitos compulsivos, constituyen conductas que son peligrosas para la salud emocional, física, psíquica y también social. Algo de la falta de control de sí mismo también en juego como cuando hablábamos de la alimentación. Cuando una persona no puede dejar de depender de un objeto (sustancia) actividad u otra persona más allá de saber que eso está siendo malo para su salud, entonces estamos frente a una conducta adictiva y autodestructiva. Lo que genera, es un estado caótico de la vida. Provoca la reducción del abanico de intereses y de posibilidades del sujeto. Todo comienza a girar en bases a ESO que no puede dejar y acomoda toda la experiencia a no perderlo. Porque cuando no lo tiene, desespera, se descontrola. ESO se vuelve Su vida.
Algunos autores han definido la adicción según ciertos criterios:
  • ·        Compulsión hacia cierta conducta
  • ·        Deterioro en la capacidad de controlar dicha conducta
  • ·        Malestar y alteración emocional cuando esa conducta es impedida por algún factor
  • ·        Persistencia en dicha conducta más allá de la evidencia de su nocividad para el sujeto.

Ahora bien…nos preguntamos también aquí ¿Qué hace a un individuo capaz de sostener estos mecanismos tan fallidos de su personalidad?
Lo cierto es que cierto placer o bienestar inmediato se alcanza. Este sentimiento tapa, encapsula, la angustia, el malestar y las incompletudes anímicas, psíquicas y emocionales.
Ahí donde es insostenible la soledad, la tristeza, la falta de seguridad personal, el sentimiento de fracaso o la insatisfacción entra la sustancia, otra persona u otra actividad que obtura la posibilidad de elaborar dicha angustia, generando un placer inmediato.
Cualquier conducta adictiva evoluciona hacia el deterioro. No se avanza sosteniendo una adicción, sino que se lastima mucho más el cuerpo, el espíritu, las relaciones sociales.
En vez de
tapar un agujero, el agujero se hace cada vez más grande y se necesita más dependencia. Es un círculo vicioso pero que va hacia abajo y no hacia arriba.



Algunos rasgos que hacen a la personalidad adictiva son:
  • ·     Impulsividad
  • ·        Rigidez en el modo de pensar. Es todo o nada
  • ·        Engaño. Mienten y se mienten a sí mismos
  • ·        Clandestinidad. Falta de autenticidad
  • ·        Agresividad. Violencia
  • ·        Desorganización

¿Qué se oculta detrás de una personalidad adictiva? En términos generales (porque cada caso es particular), baja tolerancia a la frustración, dificultades en la comunicación, debilidad yoica, miedo a no pertenecer, falta de organización y planificación de vida.

Vivimos en una cultura que habilita, naturaliza y promueve dichas conductas.
Pero más allá de todo este malestar, el verdadero problema y la raíz de este mal radica en la desconexión del sujeto con lo que el Evangelio es y con lo que cree de sí mismo y de Dios.
El evangelio crea confrontación con la cultura alrededor nuestro y dentro nuestro. Dios creo al hombre a Su Imagen y Semejanza, para que disfrute de la creación de sí mismo y sobre todo para que le adore. Él es Santo, Puro, Bueno, Justo y provee la Gracia suficiente para que alcancemos la Paz, la comunión con Su persona y la vida abundante a través de Cristo
Debido a que Dios es esto, nosotros le PERTENECEMOS A EL pero cuando nuestra reacción al
Evangelio es hacer las cosas como nos parece a nosotros y como nos conviene, es ahí donde lo incorrecto, lo inadecuado, lo que no nos hace bien surge, emerge y se desarrolla lo que por naturaleza ya está en nosotros.
Si sometemos todos lo que somos y lo que deseamos a Su voluntad no habrá daño sino salud completa y satisfacción.
“En todos los esfuerzos para servirnos a nosotros mismos, en realidad nos estamos rebelando contra el Único que puede darle satisfacción a nuestra alma.” David Platt.

El Señor es misericordioso y compasivo, lento para enojarse y lleno de amor inagotable. El Señor es bueno con todos. Desborda compasión sobre su creación. Salmo 145.9-10



viernes, 6 de mayo de 2016

Conductas autodestructivas #2: Desordenes en la alimentación

Una cosa es el cuerpo real y otra el cuerpo que creemos tener. El esquema corporal no es lo mismo que el cuerpo que en realidad tenemos sino el que internalizamos a lo largo de nuestra historia. Es difícil, el día de hoy, encontrar a muchas personas que estén totalmente de acuerdo con su cuerpo. O porque “sobra” o porque “falta” se crea una distancia en parte consciente y en parte no, entre lo real y lo ideal. Y nuestro YO lucha entre este tironeo. Si a esto le sumamos los avatares de la presión social, de las modas y del estándar de belleza existentes, más complejidad aún. Claro está que, en estos tiempos, delgado es hermoso y atractivo y gordo es feo y rechazado. O…delgado es “bueno” y gordo es “malo”. Se construyen significados detrás de este maniqueísmo dicotomizando al mundo entre “delgados buenos y gordos malos” a los que se agregan otros calificativos también.
Habíamos abordado en temas anteriores, la problemática de las conductas autodestructivas en general. Como factor común en sus diversas manifestaciones encontrábamos algo del orden de lo tanático, de la muerte, en cada una de ellas. Los problemas con la alimentación no escapan de esta dinámica tampoco. Tanto dejar de comer como comer en exceso son dos caras de la misma moneda. En el caso de la “delgadez” la lógica inconsciente es: Ser es ser imposiblemente delgado, no serlo es no ser. Por el contrario, en el exceso y la obesidad ser es estar imposiblemente completo, no estarlo es no ser.
En ambos casos hay un objeto en juego: el alimento. Por control o por falta de control el cuerpo es dañado y no solamente el cuerpo, sino que las tramas vinculares, las costumbres, los lazos afectivos, la organicidad y sin duda el espíritu humano.
En ambos casos también, el lugar del vacío está en juego. O por generarlo o por llenarlo completamente. De un modo o de otro, está presente en el sujeto.
 Podríamos pensar muchos otros aspectos psicológicos y/o emocionales que interfieren en este modo de agredirse o de destruirse, pero la idea es arrimar algunas generalidades para pensar el engaño que el enemigo coloniza en los pensamientos de aquellos que caen en esta trampa sin dejar de confiar en que más allá de eso, las promesas de Jesús pueden sanar y restituir lo que es nuestro por creación divina.
Las conductas autodestructivas relacionadas con los trastornos de alimentación son comúnmente: 
  • anorexia
  • bulimia
  • ortorexia
  • drunkorexia
  • vigorexia
  • permarexia
  • la pica
  • potomania
  • obesidad
  • diabulimia.

En todos los casos hay diferentes factores que intervienen en la construcción de estas patologías.
Las mismas están atravesadas por factores psicológicos, dinámicos y/o estructurales también. Factores interpersonales, disfunción en el vínculo materno especialmente y por supuesto otros vínculos también. Factores sociales, culturales y factores espirituales.
Nos llevarían páginas enteras describir cada caso. No es mi intención realizar un estudio en profundidad de esta problemática sino abrir conciencia para pensar y reflexionar en lo peligroso que es caer en esta trampa. Cuando nuestros pensamientos y nuestro modo de vivir el vínculo con la comida o con el cuerpo se enferma de alguna de estas formas, evidentemente necesitamos ayuda profesional.
Más allá de esto, necesitamos construir una relación de amor con el creador de nuestro cuerpo. Entender que somos creación de Dios, Somos hechura suya y fuimos creados con un propósito. Ninguna misión podremos llevar adelante con un cuerpo enfermo y que no controla con dominio propio una distancia optima entre el alimento y la salud. Nuestros cuerpos son las herramientas que Dios nos dejó para disfrutar, servir a otros y conectarnos con su persona y la naturaleza. Si no ponemos en orden esta prioridad, el enemigo se encargará de dejarnos esclavos del cuerpo. Jesús vino para librarnos de la esclavitud y llevarnos a una vida de libertad. Sin ataduras. Sin exigencias inalcanzables. Con la verdad y del lado de la salud. Con la felicidad de gozar de lo que podemos y disfrutar de la vida y del alimento porque eso es lo que a él le agrada y lo que nos da una vida en plenitud.

“Es don de Dios que todo hombre coma y beba y goce el bien de toda su labor”

 Eclesiastés 3:12-13