La organización
mundial de la Salud afirma que 121 millones de personas padecen depresión. El Journal of the American Medical Association estimó
recientemente que el costo anual de las depresiones en los Estados Unidos es de
48 mil millones de dólares. Sin embargo, el costo es mucho mayor, ya que ese
estudio no consideró gastos derivados de la hospitalización por afecciones médicas
(depresión enmascarada) y las consultas y pruebas diagnósticas debido a que la
depresión se manifiesta con múltiples síntomas somáticos. Evidentemente los
cuadros depresivos son un gran negocio para la industria farmacéutica y para
las prepagas de salud, no así para millones de personas que la padecen. Humor
deprimido, perdida de energía, sentimientos de culpa, dificultades de
concentración, pérdida de apetito y pensamientos fatalistas acompañan la
experiencia de días y noches (largas noches) a quienes la sufren. Estar
deprimido es estar invadido por una visión negativa del mundo y de sí misma. La
vida se convierte en una carga y en un agobio constante. Me pregunto ¿A qué se
debe el aumento de este mal? Por supuesto, no alcanzaría un programa para
describir los efectos de un contexto histórico donde los lazos sociales se han
debilitado, las identidades han sido arrasadas por el consumo y la tiranía de
lo urgente deja a muchos de nosotros perdidos en una caótica carrera que nunca
tiene llegada.
Rescatando los
datos anteriores, en el mundo entero se padece. Se calcula que afecta a unos
350 millones de personas. La depresión es distinta de las variaciones
habituales del estado de ánimo y de las respuestas emocionales breves a los
problemas de la vida cotidiana. Puede convertirse en un problema de salud
serio, especialmente cuando es de larga duración e intensidad moderada a grave,
y puede causar gran sufrimiento y alterar las actividades laborales, escolares
y familiares. En el peor de los casos puede llevar al suicidio. Cada año se
suicidan más de 800 000 personas, y el suicidio es la segunda causa de muerte
en el grupo etario de 15 a 29 años. La inhibición de muchas funciones vitales
se deteriora. La persona, se aísla. Va recortando toda su experiencia de vida
poco a poco, quedando en un recorte muy chiquito de disfrute o casi ninguno.
Frases como: “No tengo ánimo”, “nada tiene sentido”,
“La vida es injusta”, pueblan el discurso de quien tiene un espíritu triste y agobiado.
Tristeza, frustración, baja autoestima,
autorreproches, perdida de placer e interés, sensación de vacío, apatía, ansiedad,
tensión, negativismo, irritabilidad, desánimo y hasta pensamientos suicidas son
características de este mal.
A veces aparece muy enmascarada detrás de
enfermedades psicosomáticas. Cuando el cuerpo termina siendo el mismo texto de
la tristeza. Por ejemplo, insomnio, ulceras estomacales, afecciones cardiacas,
sobrepeso o bajo peso, presión arterial elevada.etc.
Las adicciones al alcohol o a otras sustancias entran
en la lista de posibilidades para mitigar tanto dolor del alma. El exceso puede
disfrazar una gran carencia.
Podemos solamente entender la depresión desde una
mirada holística donde lo individual está sumergido en un contexto histórico
que también lo determina y una vida espiritual que no pudo salir de las lógicas
de la culpa y el castigo.
La Biblia, la Palabra de Dios describe la condición
del ser humano. En Efesios capítulo 2 vs 1 al 7 dice que todos nosotros lejos
de Dios estábamos muertos espiritualmente, lejos, enemistados con nosotros
mismos, con los demás y don El. Esclavos de la desobediencia. PERO DIOS (y me
encanta este “Pero”), nos dio juntamente con Cristo ¿Leíste bien? ¡Dice que
nos dio VIDA! Y que esa vida es para mostrar todas las abundancias que hay en
su Poder a través del Espíritu Santo en nosotros.
Por eso, si estas oculto en la cueva de la depresión,
reconoce estos sentimientos, revisa por qué razón caíste en este lugar,
confiesa a Dios tus emociones y deja que Su Vida, te vivifique. Una experiencia
de amor verdadero y de libertad pueden darte ese sentido perdido que hoy te
maltrata con la tristeza.