Una de las características que más me llama la atención de Jesús es la capacidad que tuvo para tratar de manera igualitaria a sus discípulos. Más allá de las diferencias, de los intereses que cada uno tenía al seguirle, de las historias y la cultura, Él siempre los amó hasta el final. Aún a Judas, el que le iba a traicionar y quien de hecho ¡Lo hizo! Nunca lo humilló. Nunca lo privó de recibir sus enseñanzas. Nunca le negó la posibilidad de estar en su intimidad. Sin embargo, a pesar de haber recibido todas las oportunidades del Maestro, en su corazón, la traición y la falta de lealtad anidaron y se hicieron un hecho. Miramos con desagrado a Judas. Nos montamos en ira cada vez que leemos el relato Bíblico que refiere a las treinta monedas de plata. Hasta lo acompañamos a la horca y le ponemos la soga al cuello porque emitimos sentencia de muerte a un acto que, desde la lógica humana, no merece otra cosa más que ese final. Sin embargo, también Pedro lo negó y los otros discípulos lo dejaron solo luego de su arresto. ¿No fue esto también traición? Pero era parte del plan divino para que la Escritura se cumpliese. Jesús no venía al mundo a condenar sino a permitir que ellos (y nosotros) se conociesen a sí mismos para luego ser transformados a Su imagen por su gracia y por Su amor.
La traición es la respuesta que damos los seres humanos ante aquello que no podemos sostener con sinceridad. Muchas relaciones están dañadas por traiciones y engaños. Familias enteras se destruyen cuando le dan lugar. Mentira, hipocresía, engaño, violencia, van de la mano cuando hablamos de traición. La defino como ese delgado límite entre la honestidad y la falsedad. Ese espacio que se genera poco a poco en una mente que teje ideas sin expresarlas con confianza. Si te han traicionado, sabes de lo que estamos hablando. Pero si tienes espíritu de traición, habla con quién necesites. Puedes destruir las relaciones más hermosas y las expectativas de aquellos que te aman y te admiran. La traición siempre viene de mano de alguien que es conocido por nosotros.
Otro aspecto de este tema es La traición hacia uno mismo ¿Puede esto ser posible? Para entender mejor lo real de este peligroso sentimiento haré referencia a lo que Pilato, el procurador de Judea, hizo con Jesús días antes de su muerte. Si bien conocemos la historia de la crucifixión, es notable como se dieron los hechos previos y más allá de que todo fue para que la Escritura se cumpliese, hubo tantas irregularidades en ese juicio que nos asombra realmente.
Pilato fue un ejemplo, entre otras de esas escenas, de traicionarse a sí mismo. Fíjate lo que hizo y por qué lo hizo. Atrapado entre la conveniencia política y la justicia intentó sacarse el problema de encima. trasladó a Herodes el juicio, buscó dejar libre a Jesús a causa de la costumbre de La Pascua y no porque era justo. También propuso medidas de castigo, que se le azotara y por último al no lograr seducir a la multitud con nada, se lavó las manos. Todo esto, sabiendo en lo íntimo de su corazón, que Jesús era verdaderamente JUSTO. Optó por traicionar lo que sabía y se condenó a si mismo por conveniencia.
Condenarte a ti mismo es posible. Ocurre cuando ante el dilema de dos opciones opuestas, eliges sin congruencia propia. Las presiones pueden llevarte a hacer aquello que no harías bajo ninguna forma si pudieras sostener tus principios. Te traicionas cuando cedes a costumbres, pecados, hábitos, conversaciones y relaciones que nos son propias de ti. Cuando tomas identidad desde afuera disociada con tu adentro. ¿Entiendes? La debilidad moral, la falta de convicciones y una pobre imagen de ti mismo en Cristo, te dejan en un lugar muy vulnerable para traicionar y traicionarte. Si pudieras hoy, ser leal a ti mismo, dejarías en este instante todo aquello que no te pertenece para sostener con firmeza tus certezas y ser una persona sin engaños.